La memoria es intempestiva, está poblada de zonas grises, digresiones, saltos y laberintos. Revisar nuestra vida, intentar asir esas imágenes que se nos escapan en la fugacidad del tiempo, de alguna manera, nos permite reconfigurar nuestra historia, traerla a presencia, actualizarla.
En la antigüedad, los nadai eran los ecos producidos por las corrientes de los ríos, vibraciones sutiles que calmaban el pensamiento del afligido, permitiéndole experimentar el silencio, la quietud y el vacío.
Como si se tratara de un movimiento telúrico, el encuentro con el otro suele desencadenar un sin número de fuerzas.
El arte contemporáneo nos presenta el espacio poblado de ensoñaciones, creencias, afectos y memorias. El espacio se convierte en un cúmulo de recuerdos, gestos, imágenes, relatos y símbolos; allí conviven tempestuosamente todas las formas de la experiencia humana:
¿Qué significa ser contemporáneo de alguien o de algo? Muchas veces nos hemos preguntado en qué consiste el arte contemporáneo, descubrimos que no se trata exclusivamente de la producción de objetos de consumo cultural, sino que se constituye en una forma de problematizar lo que ha sido y de construir, desde la sensibilidad, lo que podría ser.